martes, mayo 20, 2014

La lluvia cristalina.

Desperté muy jodido por la instalación del día anterior: una lona inmensa a una altura de 6 metros, nada del otro mundo pero sí lento y pesado. El reloj marcaba las 8:34 am así que fuí a darme un baño pues si quería llegar a un horario decente era el momento. Abrí la llave del agua caliente y salieron algunas gotas, pero luego dejaron de caer de la regadera, abrí la otra llave y esta vez nada salió, chale, así las dejé con la esperanza de que saliera algo ¿y ahora? ¿como voy a irme así a trabajar? es muy molesto andar sin bañarse sobre todo cuando llegas sudado y sucio a altas horas de la noche un día anterior. Me senté en la taza a meditar, lugar donde se me han ocurrido muy buenas ideas, -por ejemplo la de escribir esta entrada-, tal vez podría buscar algo de agua en el refrigerador, aunque bueno, no me alcanzaría con una jarra. Aparte necesitaba razurarme, lo cual no era mucho problema pues no se necesitaba agua, pero sí me dejaría lleno de vellos toda la cara, eso iba ser molesto. Utilizar mucha loción podría aminorar un poco la situación pero no. Tal vez salir a comprar unos 4 garrafones de agua, pero que inmensa hueva. Por un instante pensé en no ir a trabajar, quizá era una señal divina y por alguna extraña e incomprensible razón no debía ir a la oficina ese día, pero recordé que no creo en esas cosas del destino, de que si las cosas suceden es por algo, o porque diosito quizo y etcéteras. ¡Qué gran mamada! cortar el agua a las 8 am... bueno pues sentí que era hora de aceptarlo y salír a enfrentar el mundo de una buena vez, como machote mexicano que soy, ya imagino a todos sintiendo pena ajena por mí: "miren allí va el hombre que no se bañó hoy". Me levanté, abrí la puerta del baño y salí de ahí, estaba buscando ropa limpia en mis cajones cuando escuché esa hermosa música de cañerías, como viento a presión y después el ruído mas bello que había escuchado en mucho tiempo: el agua saliendo a toda velocidad por los orificios de la regadera. Corrí mientras me desnudaba y me metía bajo esa lluvía cristalina, tal vez hoy era un día de suerte, tal vez solo duraría unos segundos esa dicha convertida en agua, pero lo que si es cierto es que no podía desperdiciarlo.