miércoles, marzo 16, 2011

Andanzas de la vida simple

El lunes pasado a eso de las 7 pm ya no aguantaba la espalda. Me habia metido una chinga de perro bailarín con unos jales todo el sábado y todo el domingo, así que busqué como relajarme, realmente no tenía ganas de tomar aún y cuando una amiga me lo propuso, sino de algo más sencillo, me fui a la macroplaza, que como se imaginarán, en lunes y por la noche estaba casi sola, a excepción de una que otra alma perdida como su servilleta.

Me gusta pensar que esas "escapaditas" a la nada son grandes proezas, viajes inmensos, rebeldías de aventurero spielgberiano que me dan vida cual caliz sagrado, aunque sean solo eso, simplezas.

Me estacioné atrás de la catedral metropolitana de Monterrey (la que esta junto a Marco), sintiendome afortunado por ya no tener que pagar parquimetro pues faltaban pocos minutos ya para las 8 pm me bajé del carro y caminé por el pasillo que esta a un lado de la catedral para llegar a la macroplaza, al voltear a la izquierda di un salto en el tiempo y me llego un flashback, o varios, hace tiempo habia pasado por ahí emborrachado de alcohol y de amor (o lo que creia en ese momento era el amor) de la mano de una hermosa mujer, en otro punto del tiempo habia estado dentro de ese patio tomandome la foto en la boda de un amigo, amigo que nunca volví a ver desde ese día, y hace muchísimo más tiempo habia estado ahí, tras esa reja jugando con mis hermanos y algunos otros niños desconocidos, corriamos, nos colgabamos de el barandal, e incluso mientras mis papás estaban en la kermesse, nos saliamos de la iglesia y corriamos por el pasillo casi hasta llegar a la macroplaza, cosa que hoy en día seria impensable.

Sin darme cuenta ya estaba yo tomado de la reja con una gran sonrisa, todo aquello lucía tan solo ahora que no sabía que pensar, así que segui caminando.

Llegué al kiosko de la macroplaza y tome un masajito que me calmó mis dolencias, con una señora que estaba ahí, al final me dío su nombre pero como soy de olvidadizo ahora no lo recuerdo, me dijo que era invidente, cosa que nunca me di cuenta, pues aunque estaba muy oscuro reconoció el billete que le dí al pagarle. Al final y ya con las calles del centro mucho más despejadas, me fuí a dormir bien tempra a mi casa, quien sabe que cosas nos traería el martes.

2 comentarios:

Carlos Alfano dijo...

orale, a veces es bueno despejarse

Rubas dijo...

Yo tampoco volvi a ver a ese amigo desde ese día..